El sábado fue un día especial.
Muy especial.
La culminación de casi dos años de trabajo.
Normalmente habría sido un año, pero el Covid complicó las cosas. Aunque el trabajo de preparación sí que se hizo en buena parte, la puesta en marcha se tuvo que posponer.
Pero ya no había más escusas y al final lo conseguimos.
El sábado tuvimos la puesta en marcha del evento TEDx de Mallorca. El TEDxArxiduc.
10 grandes oradores en una mañana llena de mensajes inspiradores, motivadores, cuestionadores.
Hace falta un gran equipo para producir un evento de este estilo. La organización es un reto importante a muchos niveles.
La organización TED impone unos requisitos de calidad importantes y tiene que trabajar mucha gente para conseguir sacar adelante un evento como este. Equipos de comunicación, de producción, de audiovisuales, de web, de patrocinios, de gráfica.
También se nota que para muchos no era nuestra primera ocasión y la experiencia es un grado.
Mi experiencia, mi aportación se centra en el equipo de oratoria organizado por Claudia Velásquez y junto a Bàrbara Servera y Vicente Sarañana. Trabajando uno a uno con algunos de los ponentes para ayudarles a preparar de la mejor manera posible sus discursos.
Han sido casi dos años de trabajo. Escuchar a los ponentes, ayudarles a clarificar su mensaje, revisar borradores, organizar el discurso, hacer de abogado del diablo y buscar la forma de que no haya cabos sueltos en las historias, que aterricen los ejemplos a casos concretos en lugar de generalizaciones abstractas.
Y todo eso únicamente a través del feedback. Escuchando y dando opiniones, porque el discurso es suyo, del ponente.
No vale el «yo diría» o el «deberías usar».
Hay que encontrar la forma de que sea un «¿qué te parece sí…?» o un «¿crees que es suficientemente…?»
Pero que sean ellos los que lo evalúen y decidan si lo quieren incorporar. O no.
Y tras múltiples reuniones, revisiones de borradores, ensayos en Zoom y ensayos en el auditorio llega el día.
Cada orador es un mundo. Los hay con muchas tablas. Los hay que aún no se creen estar explicando sus vivencias y sentimientos en frente de toda esa gente.
Tengo que reconocer que mi experiencia es única. No solo por estar entre bambalinas. Sobre el escenario, pero tras unos biombos. A tres metros del ponente, pero invisible para el público. Con el dedo puesto en el PowerPoint por si se olvida de pasar la transparencia.
La perspectiva también es única porque ya he escuchado la mayoría de las charlas durante los ensayos. Algunas en distintos estadios de metamorfosis. Y las puedo ir siguiendo mentalmente. Descubriendo matices nuevos, palabras no ensayadas, incluso viendo conceptos que se me habían pasado por alto.
Pero al final, no puedo negarlo, me siento orgulloso. Es un trabajo voluntario, altruista, pero no un trabajo sin recompensa.
Porque cuando ves que el orador pasa sin problemas ese punto en el que hace unos días, en el ensayo, se quedaba en blanco, puedo por fin soltar el aire y se me escapa una sonrisa. Sí, aún con mascarilla puesta. Es una auto-sonrisa porque sé que, a partir de ahí, ya nada lo va a parar.
Y cuando al final de la charla escuchas los aplausos y ves al ponente en ese punto rojo debatiéndose entre si hago una reverencia o me marcho.
En ese momento lo sabes: Sí, ha valido la pena.