El próximo fin de semana volvemos a tener ese día en el que, cada medio año, cambiamos la hora en nuestro país.
En este caso pasaremos al horario de verano. El sol saldrá más tarde. El sol se pondrá más tarde.
Parece que vamos a tener más horas de sol para disfrutar del día.
A las 2 de la madrugada del domingo pasaremos automática y mágicamente a las 3.
Nos van a robar una hora de nuestra vida.
Y la prensa se volverá a llenar del, ya casi eterno, debate de si deberíamos dejar de hacer estos cambios de horario. Porque nos cambian nuestro ritmo de vida. Porque casi no supone ahorro energético. Porque afecta a nuestra salud. Porque afecta a nuestro sueño. Porque confunde a nuestras hormonas. Porque aumenta la probabilidad de accidentes de conducción.
La cuestión es que, curiosamente, he descubierto que cada vez importa menos la hora que marque el reloj.
De hecho, en mi caso, prácticamente no he hecho el cambio al horario de invierno en estos últimos meses.
Me levanto más temprano (según el reloj) y me acuesto más temprano.
De hecho son las 6:36 de la mañana cuando escribo esto y ya llevo dos horas levantado, leyendo y planificando mis tareas.
Eso sí, ayer me acosté poco después de las 10 de la noche.
Aún recuerdo cuando, hace unos años, era normal acostarme a las 12:30 de la madrugada.
¿Y a qué se debe este cambio?
En mi caso influyen dos aspectos fundamentales.
Uno es el trabajar desde casa. Yo pongo mis horarios. No tengo una hora de entrada a la oficina ni una hora de salida.
Eso se combina con disponer de herramientas como el correo electrónico para poder colaborar con otras personas. Puedo enviar el correo en cualquier momento y ya lo leerá el interesado cuando pueda según sus necesidades. No necesito coordinar mi horario de trabajo con el de otras personas y, aunque en algún momento pueda ser algo menos eficiente resolver las comunicaciones de esta forma, lo compensa aumentando la libertad de hacerlo cuando lo necesito.
El otro aspecto fundamental es haber desconectado de los horarios marcados por la televisión. El motivo por el que hace unos años era normal ir a dormir pasadas las 12:30 era porque era la hora a la que finalizaban los programas y las películas programadas en la TV. Todo ello bien condimentado de anuncios por los que una película de 90 minutos que empezaba a las 10:30 de la noche acababa dos horas más tarde.
Ahora los servicios de streaming me permiten sentarme a ver la película o la serie que me interesa justo cuando acabo de cenar.
Y si son las 20:45 entonces a las 10:15 puedo haber acabado de ver una película de i0 minutos y estar listo para ir a dormir.
El reloj tirano está perdiendo la batalla. Da igual lo que marque. Nos podemos organizar nuestro horario de trabajo y de ocio en función de nuestras preferencias. Cada vez más.