Hay pocas cosas que me pongan más nervioso que un escritorio de ordenador lleno a reventar de iconos.
El caos en su máximo esplendor.
Lo gracioso es ver cuando alguien se descarga un nuevo fichero de Internet y lo deja en el escritorio.
Y, a continuación, oculta el navegador para ver el escritorio y necesita cinco minutos para encontrar el fichero que acaba de descargar.
A veces incluso la mejor solución es volverlo a descargar.
Antes de hacerlo, intentamos tomar una imagen mental fotográfica del escritorio para intentar detectar lo que ha cambiado tras la segunda descarga.
Es el equivalente moderno de tener una mesa repleta de torres de papeles de todos los tipos.
Probablemente, algunos lleven allí desde hace años.
Pero ni se te ocurra quitar algún papel de allí. Ese papel actúa de recordatorio de una tarea que no se ha completado.
Si lo quitases de la mesa sería como olvidar para siempre esa tarea.
Es el principio «Out of sight, out of mind». Lo que no se ve, se olvida.
Como si el hecho de mantenerlo allí sirviera para recordar algo.
Porque la realidad es que mantener durante meses un documento sobre el escritorio, sea físico o virtual, genera un efecto de ceguera.
Nuestra mente lo ignora.
Como con los anuncios en los periódicos, sean físicos o virtuales.
Puedes pasar por esa página cada día y ser incapaz decir que los has visto.
Tus ojos los ven. Tu mente los ignora.
Lo peor es que esos ficheros muchas veces ya son totalmente irrelevantes.
Son de tareas ya finalizadas que olvidamos archivar.
O de tareas que ya no tienen sentido.
En su momento, cuando los colocaste allí, sí lo tenían. Pero el tiempo ha pasado y ya no sirven para nada.
Aun así, ni siquiera aunque en algún momento nuestra mente les prestase atención, nos costaría tomar una decisión al respecto.
Nos sabe mal renunciar a esa idea que en algún momento tuvimos, que estábamos seguros de que podría cambiar nuestra vida o nuestro negocio, pero que, en realidad, nunca hemos hecho nada al respecto.
Borrarla es renunciar a lo que podría haber significado.
Y eso siempre duele.
Así que, aunque la veamos, la seguimos dejando ahí.
Y mientras tanto convivimos con esa ingente cantidad de archivos por procesar.
De recordatorios de decisiones aplazadas.
Así que esos ficheros no son solo una molestia a la hora de localizar cosas.
Son una fuente de frustración continua.
Hace unos meses participaba como juez en una liga de oratoria de chicos jóvenes.
Una de las chicas participantes hizo un discurso sobre lo mal que está este mundo.
Y fue enumerando todos esos problemas que escuchamos a diario.
Las guerras. Los virus. El calentamiento global. Las desigualdades sociales. Los extremismos. Y tantos y tantos otros.
Y durante un par de minutos estuvo pintando un panorama desolador.
La cuestión es que en un determinado momento la chica se bloqueó y se puso a llorar.
¿Qué le dices a una chica que se ha quedado totalmente bloqueada en medio de un discurso frente a un montón de gente?
Pues le dije lo que yo sentía. Que en su discurso había estado apilando piedra tras piedra tras piedra sobre todos nosotros.
Y que al apilar tanta piedra pasa lo que tiene que pasar.
Que la torre te hunde.
Necesitas dar un respiro.
No hay que estar ciego a los problemas. Pero también es necesario buscar las posibles soluciones.
Y, tanto para el orador como para la audiencia, es importante abrir una puerta a la esperanza.
El activismo. El progreso. La medicina. Las energías alternativas.
Cuando combinas ambas cosas, la gente puede respirar.
De la misma forma es necesario hacer espacio para respirar en nuestro escritorio.
Y, a veces, ser drástico, aparcando aquellas cosas que en algún momento eran ideas motivadoras. Pero que tras un tiempo donde no hemos podido hacer nada al respecto, ahora solo aportan frustración.
No es únicamente un tema de productividad.
Es un tema de claridad de ideas.
Limpiar el escritorio es generar espacio para hacer cosas nuevas en el futuro.