¿Por qué nos cuesta tanto retirar cosas que no usamos?
Por mantener la tradición.
Por no tener que tomar decisiones.
Por…
Hace unas semanas pintamos mi despacho. Y descolgué todo lo que tenía en las paredes.
Ha quedado bonito.
Aunque eso sea irrelevante para el tema de hoy.
La cuestión es que, una vez pintado, tenía que volver a colgar lo de las paredes.
Y tenía un reloj de pared que tenía que volver a colgar.
Antes estaba colgado con esas cintas que se pegan a las paredes.
Pero tenía que ir a comprar más.
Así que mientras lo pensaba lo dejé apoyado sobre un aplique de la pared que muy pocas veces enciendo.
Hasta que un día lo encendí un rato.
Resulta que el aplique es de halógeno. Y calienta que no veas.
Así que, cuando me di cuenta, el plástico del reloj de pared estaba todo deformado por el calor de la bombilla.
Conclusión 1: Tengo que cambiar el aplique antiguo por algo que consuma menos energía.
Conclusión 2: Tengo que decidir que hago con el reloj de pared.
Este reloj de pared es un Echo wall clock. Un reloj de pared que se conecta a los dispositivos Echo, de Alexa, de Amazon.
No acabo de entender para qué necesitan tantas marcas. ¿No podría ser todo Amazon y ya?
Así que se sincroniza con el dispositivo echo que tengo sobre la mesa del despacho.
¿Para qué quiero el reloj de pared?
Si, hace cosas curiosas como encender lucecitas para indicar los minutos que me quedan hasta que suene la alarma.
Y en el último minuto va apagando las mismas lucecitas pero segundo a segundo.
Pero, en realidad, el Amazon Echo Show que tengo sobre la mesa hace más o menos lo mismo.
Además de poderle decir que active la alarma, que encienda la luz de la mesa para trabajar o que encienda la del estudio para salir presentable en las reuniones online.
También muestra la hora.
Y, cuando hay una alarma conectada, durante los últimos 10 segundos, me muestra en pantalla algo que simula esas bolas colgadas de hilos que van chocando entre sí. Un número menos cada segundo.
En realidad el reloj de pared no me aporta nada.
Y me obliga a hacer agujeros en la pared.
O, al menos, a ir a comprar cintas para pegarlo a la pared sin hacer agujeros.
La realidad es que no usaba el reloj… pero aun así me costaba retirarlo.
Se ha tenido que quemar la base para que replantease si tenía alguna utilidad.
Creo que la razón por la que cuesta tanto es otra.
Retirar eso que no utilizamos supone reconocer que hemos tomado una mala decisión.
En este caso una mala compra.
Y, claro, no nos gusta, o a mí personalmente no me gusta reconocer mis errores.
Y por ese motivo puedo mantener, a veces, años y años, cosas que son de poca o ninguna utilidad.
Como aplicaciones instaladas en mi ordenador. Que se migran incluso de un ordenador a otro cuando tenga que cambiarlo.
Y no solo sucede con mi ordenador.
También lo he visto en aplicaciones corporativas de grandes empresas.
Te preguntas, ¿qué hace esto aquí?
¿Por qué, si tenéis este otro software que hace lo mismo y más, no abandonáis de una vez esta aplicación antigua?
Normalmente llegan excusas peregrinas de todo tipo.
Pero en el fondo la razón es: porque en su momento decidimos y justificamos y luchamos por conseguir esto. Si ahora lo retiramos será como traicionar nuestras propias decisiones.