¿Envidiando el mundo corporativo?

Ayer tuve una comida con mi amigo y ex-colega Miquel.
Estuvimos trabajando juntos en la misma empresa más de veinte años.
Eso es muuucho tiempo.
Hemos involucionado de un buen pelazo a un montón de canas.
(Los hay que están peor en cuanto a pelo se refiere).

En cualquier caso fue una gran alegría cuando me llamó para comer.
«¿Miércoles o jueves?»
«¡Miércoles! Cuanto antes mejor.»
Es preferible no hacer planes a largo plazo que nadie sabe lo que puede pasar.

No nos habíamos reencontrado desde antes de la pandemia.
Nos pusimos al día en cuanto a familia y trabajo y otros muchos amigos comunes.
Añoramos esos viajes que, de momento, están en pausa.
¡10.000 fotos me contó que hace en cada uno de sus viajes!
No me extraña que pueda publicar esas joyas en su instagram.

Y, claro, nos conocimos trabajando así que hablamos de como nos va profesionalmente.

Él sigue en el mundo corporativo. Gestionando un equipo de Informática de una gran empresa.
Yo estuve en ese entorno más de 20 años, pero ya llevo más de 8 como consultor independiente.

Y no puedo negar que me da cierta envidia.

No puedo llamarlo envidia sana porque no creo que exista ese matiz de envidia.
La envidia es envidia y punto.
Tampoco es para nada envidia cochina. Estoy encantado de que le vayan muy bien las cosas.

Es ese tipo de envidia que te hace desear todo lo bueno que tiene el otro.
Al mismo tiempo que te hace ignorar todo lo no tan bueno que lleva asociado.

Yo he vivido en ese mundo corporativo y lo conozco bastante bien.
Pero en su momento decidí apostar por seguir mi propio camino y explorar el lado oscuro del emprendimiento.
Y estoy más que satisfecho de la decisión que tomé.

Hasta que tengo una comida como esta.

El desarrollarse profesionalmente en una empresa está genial cuando te permite dedicarte y especializarte y progresar en aquello que te gusta y te llena.
En mi caso durante muchos años esa fue la tónica habitual.
Cada día tenía por delante un nuevo tema técnico que resolver. Ideaba, estudiaba y probaba hasta que encontraba una solución. Disfrutaba con mi trabajo al tiempo que la empresa sacaba un rendimiento.
¡Genial!

Y, desde luego, es fabuloso eso de saber que el último día laborable del mes vas a tener ese ingreso exacto hasta el segundo decimal en tu cuenta bancaria.
Eso último sí que es algo con lo que es difícil contar cuando trabajas por tu cuenta y, especialmente, cuando te interesa (como es mi caso) hacer proyectos puntuales donde pueda llegar, resolver una necesidad, explicarles como deben funcionar e irte.
Puedes acabar viviendo en un Dragon Khan de incertidumbre.

A no ser que te encante ser comercial (y, desde luego, no es mi caso) es estupendo tener siempre sobre la mesa nuevos retos.
Quizá no tanto cuando los papeles sobre tu mesa ya no te dejan ver el pasillo.
La empresa puede ser una máquina voraz a la hora de generar ideas.
Pero en cualquier caso, es totalmente distinto al caso como emprendedor de tener que ir buscando por ti mismo esos nuevos retos.

Y eso, puedo asegurar, que me ha obligado a reinventarme totalmente en estos años.
A tener que desarrollar habilidades sociales, a tener que expandir mi red de contactos, a tener que aprender a hacer marketing y venderme para poder ayudar a los demás.
Cosas que me han sacado de mi zona de confort.
Y bien orgulloso que estoy de ello.

Otra ventaja importante del mundo corporativo es el de trabajar cada día con un equipo. De verte cada día con un grupo de colegas que pueden acabar siendo buenos amigos.
Eso sí que me da envidia desde que trabajo como consultor independiente.
Por eso siempre estoy más que dispuesto a tomarme un café o una cerveza o una lasaña vegana con gente. Vernos «in person».

Peeero no siempre todas las cosas son tan favorables.

¡Ah! Esa agenda llena de reuniones interminables donde un montón de gente tiene que hacer acto de presencia para participar 5 minutos cada uno.
Y ¿qué decir de esos viajes de negocios, a veces simplemente por hacer acto de presencia, donde vas a levantarte de madrugada y volver a casa entrada la noche para una reunión puntual de un par de horas?
Y ese horario que sí o sí hay que cumplir. Porque hay que dar ejemplo y tienen que poder encontrarte si te necesitan.
Y qué sucede cuando las tareas que te piden no son las que realmente quieres hacer. Cuando ni te aportan ni te interesan. Pero que las tienes que hacer tú porque los demás están ocupados y además eres una persona de confianza que sabrá sacarlas adelante.

Y las cosas se complican cuando la empresa empieza a tomar un rumbo extraño o a probar productos/organizaciones/colaboraciones a las que no les ves ningún sentido. Pero no está en tu ámbito de decisión el cuestionarlas.

Yo a día de hoy no me podría plantearme volver a trabajar inmerso en un entorno de gran empresa.

Sí trabajo con empresas y sé desenvolverme en estos entornos. Mi pasado es una gran ventaja a la hora de aproximarme a empresas grandes que otros consultores no saben gestionar.
E incluso me es muy útil el haber pasado por allí para ayudar a organizar empresas mucho más pequeñas donde, con frecuencia, falta una gestión clara de responsabilidades.

Pero valoro enormemente el poder decidir en qué quiero trabajar, qué tipo de servicios quiero ofrecer, a qué horas voy a trabajar y con quién voy a hacerlo.

El ofrecer servicios como independiente me permite explorar todo tipo de sectores y tecnologías que, de otra forma, no habría conocido.

Y también me permite combinar todo lo aprendido y, cuando el perro me saca a pasear por la mañana, volver a casa con tres nuevas ideas que quiero explorar.

Y así me organizo el día.

Sí. Tras reflexionarlo un poco: fue una gran decisión.

En cualquier caso voy a ilustrar esta reflexión con una imagen (sin permiso) de mi amigo (C) Miquel Ollers. Espero que no se enfade.