Tenemos que hablar

Sí, esas son las palabras más temidas en cualquier relación de pareja: «Cariño, tenemos que hablar».
Se intuyen problemas.
Y no se limitan a las relaciones sentimentales. También parecen aplicar a los negocios.
Al menos así me lo hizo saber Michael, un socio mío, hace unos días.
Al parecer yo le había transmitido esa sensación en nuestra última conversación.

Sin el «Cariño», evidentemente. 

Estamos cerrando un acuerdo de colaboración y estamos en ese punto crítico que es la de redactar y firmar nuestro pacto de socios.
Y es que ese momento en el que tenemos que transformar lo que hemos hablado más o menos informalmente en un contrato es superior a mis fuerzas.

Es el momento en el que me transformo en una especie de monstruo quisquilloso que tiene que releer y revisar palabra por palabra el documento que vamos a tener que firmar.
Es como el punto de no retorno en el que Bruce Banner se convierte en el increíble Hulk.
No hay vuelta atrás.

Durante las conversaciones previas todo es cordial, buena voluntad y una relación enfocada en construir y que el proyecto salga adelante.
Pero cuando vemos eso escrito en forma de compromisos, derechos y obligaciones, compensaciones y penalizaciones… la cosa cambia.

No soy abogado. Puedo aceptar 20 notificaciones de cookies en un minuto y firmar las condiciones de uso de un software o de una tarjeta de crédito sin pestañear.
Son documentos estándar, que han pasado por miles de usuarios y han sido redactados y revisados por equipos legales que tienen en cuenta todas las normativas existentes.
Ejem.
Sí. Ya sé. Eso no es garantía de nada.

Pero en un documento hecho a medida por nosotros, los implicados, la cosa cambia.
Da igual si es un acuerdo de confidencialidad como el que propongo a cualquier cliente para que pueda hablar con total tranquilidad sobre su proyecto supersecreto.
O, como en este caso, un acuerdo de colaboración a largo plazo en un lanzamiento de algo nuevo.
Con todas las incógnitas que siempre tiene lo de «algo nuevo».

Es importante dejar claro, lo más pronto posible en una relación, quién va a hacer qué y cuándo.
Que va a aportar cada uno a la relación.
Cuáles son los objetivos y plazos que van a perseguirse y que, si no se alcanzan, van a suponer la cancelación del proyecto.
La compensación que recibirá cada uno por su trabajo.
En base a qué se van a medir los resultados.

Todo debe expresarse de forma clara y no ambigua.

Bueno, lo más clara y no ambigua que podamos permitirnos en un entorno de incertidumbre como lo es siempre un nuevo proyecto.

Este es el primer punto de bloqueo: Cuando el documento se expresa con términos ambiguos empiezan a sonar alarmas en mi cabeza.

¿Qué significa 1000 unidades vendidas al mes durante el primer año?
¿Un mínimo de 1000 unidades cada uno de los 12 meses?
¿1000 unidades el mes 12?
¿12000 unidades vendidas en total durante los 12 meses?
No es lo mismo.

Pero, lo más complejo no es eso.

Cuando alguien ve un texto escrito que no se corresponde con las expectativas algo cruje en algún lugar de su mente.
Y, una vez detectado, la solución es simple.
Sencillamente se revisa, se habla y se escribe de forma más clara.

El problema más grande es lo que no está escrito en el documento.
¿Qué cosas pueden suceder y no están contempladas en el acuerdo?
Para eso no hay alarmas ni chivatos.

Este es un espacio infinito para explorar. Un meteorito cae sobre nuestras cabezas. A uno de los socios le toca la lotería. Un competidor quiere comprar el proyecto.
¿Qué pasa si las cosas van peor de lo previsto?
¿Y si van mucho mejor de lo que ahora podemos pensar?
Es muy fácil que estos escenarios ni se nos pasen por la cabeza.

Y eso puede significar problemas en el futuro.

Es imposible contemplar todas las posibilidades, pero es muy útil hacer el ejercicio de considerar aquello que, aunque sea improbable, puede obligar a replantear la situación.

En definitiva, estos acuerdos son importantes.

Es muy frecuente ver equipos donde los socios llegan a un punto de desencuentro tras meses o años funcionando y sin que nunca hayan escrito cómo iba a ser su colaboración.
Y cuando el problema surge normalmente la gente es poco racional. Nadie se acuerda de lo que no le interesa y todos ven solo lo que les están haciendo en ese preciso momento.
Y eso suele acabar mal.

Aunque solo sea como ejercicio de introspección es importante dedicar un tiempo a construir esos acuerdos tan pronto como sea posible.
Ayuda a clarificar expectativas, a cuestionarse si cada uno tiene responsabilidades claras y que no hay responsabilidades que no corresponden a nadie.
Solo por eso ya vale la pena crear esos acuerdos.

Y luego, una vez cerrado y firmado el documento definitivo, ya sabemos a qué atenernos.

Es hora de guardar el acuerdo en un cajón y ponernos a trabajar.